... más motivos para entrar a la Maestría...

Una de mis entradas de dinero proviene de cantar misas. Es algo que hacen la gran mayoría de músicos cuando están empezando sus carreras o cuando éstas no terminan de despegar como solistas. Es una ocupación que requiere mucho oficio y conocimiento detallado del rito religioso. 

He cantado en suficientes bodas, bautizos, misas de XV años y misas de difunto como para tener el mismo sentimiento que tiene alguien que sabe en qué consisten los trucos de un mago. Perdí la capacidad de ver el romanticismo en casarme por la Iglesia o la ilusión de bautizar algún día a un hijo. Es sólo mi trabajo. 

Sin embargo, junto con este desencanto por lo que se obtiene de las prácticas religiosas, mi interés por presenciar una conducta ritual en la vida cotidiana ha crecido. Es precisamente en la ejecución del rito en el que encuentro más similitudes con la práctica de un arte. Si el sacerdote no da su sermón como si la vida le fuera en ello, si los músicos no cazamos bien nuestras entradas, si recitan las oraciones como merolicos, es igual que si un actor se subiera al escenario a leer una lista de supermercado o como si un bailarín no se supiera su coreografía: Se pierde el mensaje último, a la vez que los feligreses/ público se quedan sin ser conmovidos por el rito que están presenciando. El acceso al mito no se logra. 

Entonces decidí combinar mi acercamiento a las artes escénicas con lo que sé de artes visuales para ver si logro hablar de esta conducta ritual que está presente en todo arte. Y pensé que una maestría era el pretexto perfecto para intentarlo... 


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